martes, 9 de febrero de 2010

ALBUQUERQUE


Albuquerque derrite corazones en una brasa
que arde dos horas y treinta y cinco minutos a la semana.


Albuquerque tiene una sustancia viscosa
que se agarra a la carne y desgarra las almas de sus gentes.


Albuquerque quiere guerra
pero tiene al sol quemándole el costado.

Albuquerque con su río y sus montañas,
sus esperanzas interminables y sus rostros ennegrecidos

ya no tiene vestigios de sus hijos.

Albuquerque tiene destellos en Kirtland
de patriotismo selectivo y cierto aspecto endemoniado.

Albuquerque quiere llenar su cabeza de misterio
para tener palabras precisas al instante.

Albuquerque ha soñado y reído a la carta con cariño silencioso
como las eternas parejas felices que habitan sus sueños.

Albuquerque está condenada a respirar
el ocaso del oxígeno y sus remiendos

cuyo lastre es el olor de sus almas que aun rotas,
han separado al mundo de su vientre.